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Viernes 5 y lunes 8 de septiembre de 2008, Castejón de Sos.

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Tuca de Urmella (2532m)Siempre estará mi recuerdo como una de las zonas de vuelo más sobrecogedoras de todas las que he conocido. Porque lo es, pero además porque la primera vez que volé en ella me pilló en un momento en el que, aunque llevaba ya unos años volando, todavía no conocía lo que era hacerlo entre montañas de estas dimensiones. Fueron unas vacaciones inolvidables junto a Matilde, Fidel y Ricardo en las que empezamos volando en Arangoiti (Lumbier, Navarra), seguimos haciendo lo propio en Loarre (Huesca) para terminar en este popular valle de la Ribagorza. Aquel verano de 1996 siempre lo recordaremos también por la tragedia que tuvo lugar a pocos valles de aquel, en el camping Las Nieves de Biescas. Aquella misma tarde nosotros cuatro nos cobijábamos de las tormentas en nuestras tiendas de campaña, también en un camping situado a pocos metros de un río… los móviles todavía no eran de uso generalizado y la cabina del camping Alto Ésera tuvo pocos minutos de descanso hasta bien entrada la noche. Pero bueno, volvamos al post, que enseguida «me voy por las nubes».
Ambos vuelos fueron similares en cuanto a duración (cerca de la hora y media), techo (las nubes estaban a 2700 el viernes y a 2800 el lunes), máximas ganancias (sobre los 3 m/s) y rumbo (hacia delante en busca de la Sierra Calva y lento retroceso hacia el aterrizaje (sobrevolando el Congosto del Ventamillo y Chía ) tras llegar a la vertical de Gabás con unos 1.800 metros). En ambos me metí ligeramente en las nubes y en ambos compartí ratos con los buitres de la zona. Sólo el comienzo y el final fueron claramente distintos.

En el primero no tardé ni en despegar ni en trincar poco después a la derecha del despegue. El lunes sin embargo un viento muy flojo nunca quería soplar bien orientado, y recorrí con el ala a cuestas prácticamente todo el despegue, bajando cada vez más en busca de una mayor pendiente. En un momento dado logré salir corriendo mucho con una racha que tampoco fue ninguna maravilla. Fue correcto, sobre todo teniendo en cuenta la baja densidad que tiene el aire a los más de 2.300 metros de altitud que tiene este despegue.

Ésera entrando al Congosto del VentamilloAmbos aterrizajes fueron en la campa oficial, pero el viernes tomé de sur y con viento racheado, mientras que el lunes lo hice de norte prácticamente con viento cero. Tal y como había decidido en el vuelo de Baltar, volé con un lastre de 3 kilos saliendo además con litro y medio de agua en la camelback. Este peso adicional me pilló desprevenido en el primero de los aterrizajes en el que, dada mi falta de experiencia «lastrado», terminé hincando las rodilleras debido a la inercia de mi «nuevo» peso. En el segundo, ya prevenido, logré tomar sin perder la vertical a pesar del viento cero que aplastaba la campa.

En estos vuelos por fin pude hacer algo que llevaba tiempo intentando pero que hasta entonces no había logrado todavía a bordo de la U2: ¡¡¡fotos!!!

Aunque no logré salir del valle y llegar Campo como soñé desde alquilamos allí la casa, fueron vuelos los dos de los que se te quedan grabados para siempre, incluso sin fotos.

El Turbón y el collado de...

Espero volver antes de que pasen otros doce años.

Miércoles 20 de agosto de 2008, Sierra de Larouco.

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Este pasado fin de semana ya se han dejado ver los buitres girando cositas bastante chulas. Me pongo malo cuando les veo volar después de todo un invierno de abstinencia total. Son las primeras señales que avisan de la proximidad de la nueva temporada… ¡y yo con estos pelos! ¡cuatro vuelos del año pasado sin postear!

El miércoles 20 de agosto fuimos a Baltar, en la Sierra de Larouco, en el sur de la provincia de Ourense. Estábamos de vacaciones en Galicia y yo hacía tiempo que le tenía ganas a esta zona mitad gallega y mitad portuguesa de la que tanto había oído hablar. Ya había estado allí hacía tiempo, pero las condiciones no fueron buenas y nos limitamos a conocer sus múltiples despegues y sus no tan abundantes ni claros aterrizajes (al menos para alas delta).

Sin embargo aquel miércoles tenía muy buena pinta y, teniendo predominio de vientos de norte, sólo me quedaba descubrir cual era el aterrizaje oficial en Baltar. En mi anterior visita había logrado encontrar, no sin dar vueltas, el aterrizaje oficial de Gralhas, el pueblito portugués en el que se toma en los vuelos de sur. Sin embargo en Baltar vimos muchas posibles campas, todas con algún «perooo» y ninguna con alguna prueba definitiva que la delatase (es decir, con una manguita o similar). No tuvimos más suerte aquél día.

Tras dar varias vueltas sin encontrarla pregunte a unos chicos del pueblo. Me contestaron que podía aterrizar donde quisiera, que no había ningún problema y que nadie se iba a molestar. Así es que elegí la campa más grande y verde de todas y le coloqué una pequeña manga improvisada, atando papel higiénico en el extremo de una rama y clavando ésta en una alpaca. Cuando volví al coche mi hija tenía un berrinche tremendo. Lloraba desconsolada porque papa le había hecho pupa al árbol cortándole una rama. Y no le faltaba razón. Y el karma no tardaría en cobrarse mi osadía.

La alpaca en la que clavé la rama junto con media docena más de sus semejantes eran uno de los «peros» de la campa. Estaban en un lateral (qué se aprecia muy bien en el mapa porque es la única zona que no es verde) pero tenían un diámetro de metro y medio más o menos. Como para tenerlas muy presentes. Sin embargo no eran lo único feo del aterrizaje. La campa, aunque amplia, está entre dos filas de árboles de un tamaño considerable que sin duda podrían meter turbulencias que complicasen el planeo final. Pero bueno, vamos al grano, que me estoy adelantando.

Los dos despegues de norte están muy cerca el uno del otro y tienen pocos grados de diferencia en cuanto a orientación (unos veinte calculo, así de memoria). En días en los que el viento no está claramente definido ambos hechos se alían para que, por un lado los forasteros como yo no tengan muy claro cual de ellos montar el ala y, por el otro, permitir desplazarnos al otro con el ala ya montada si finalmente elegimos el lugar equivocado.

Nos sorprendió encontrarnos el terreno de ambos sin nada de vegetación y lleno de agujeros, algunos tremendos. Al pisar se levantaba bastante polvo y resultaba bastante sucio y desagradable. Finalmente opté por montar en el de la izquierda: dos de cada tres rachas entraban bien por allí y además había unos restos bastante grandes de moqueta (de alguna competición imagino) que podrían servir para que las chicas se pudiesen sentar sin mancharse demasiado.

Cuando estaba montando el ala apareció una furgoneta que aparcó en el otro despegue. Estando allí al lado decidí ir a presentarme y preguntarles por el aterrizaje oficial. Resultó que no eran parapentistas como pensaba, sino dos chicos que estaban preparando los despegues para meterles riego con el que mantener césped allí arriba. Sin duda eso lo hará mucho más agradable. Pero del tema del aterrizaje no tenían ni idea tampoco.

Cuando terminé de montar, tal y como me temía, la cosa había cambiado. Ahora las rachas eran 4 a 1 a favor del despegue de la derecha. Tras varios minutos de espera bajo el ala decidí ir con ella hasta el otro despegue. No fue para tanto al final, en poco tiempo estaba allí listo para despegar.

El terreno estaba demasiado «suelto» y la carrera para despegar me resultó incómoda. Imagino que ese fue el motivo por el que me tiré a la piscina, es decir, me dejé caer antes de que el ala me sacase a mí a volar. Por suerte cuando lo hice ya había alcanzado bastante velocidad y despegué sin ningún problema.

El principio del vuelo me resultó un tanto extraño, un tanto incómodo también. La forma de la ladera me resultaba extraña aunque por otro lado era lo más normal: después de todo era mi primer vuelo allí. Poco después creí identificar los dos factores que me confundían. El despegue se encuentra situado como en un saliente bastante redondeado de la montaña, lo que hace que tengas una sensación permanente de estar metido en una suave fuga. Por otro lado, en lo relativo a la forma de su componente vertical, también se trata de un caso atípico: por encima de los despegues la pendiente sigue aumentando, pero poco. No es un altiplano, pero tampoco una ladera. En resumen mi sensación era como si estuviese volando en la cima de un balón.

Si hubiese pillado alguna térmica fuerte quizá no habría tenido esa sensación, pero las que giré fueron suaves y en cuanto las perdía y ponía rumbo al valle tenía la sensación de que me podía quedar encima de un pino si me enganchaba una descendencia. Estuve más de media hora en ese plan y al final, no teniendo claro el seguir la sierra en ninguno de sus sentidos decidí salir al valle. Gran acierto.

Justo delante de los despegues hay una montañita que debe hacer las delicias de los pilotos locales. Al sobrevolarla tuvimos la suerte de encontrarnos con la mejor de todas las térmicas que habíamos pillado hasta ese momento. Ganamos unos 500 metros sobre el despegue y cuando la perdimos decidí tirar hacia adelante, hacia Baltar. Por encima del pueblo estuvimos girando cositas que no terminaban de dispararse. Dudé si seguir intentándolo por allí o tirar de nuevo hacia la ladera. Finalmente hice esto último, pero quizás ya un poco tarde.

Volviendo hacia la ladera vi una campa grande en los pies de la montaña rodeada por un camino que subía hacia los despegues (se trataba de la continuación del camino por el que habíamos subido nosotros). Parecía una buena opción para aterrizar si finalmente me quedaba corto para llegar hasta la que había planeado. Pero no me quedé corto.

No pillé mucho más en mi vuelta a la ladera, de hecho llegué bastante bajito y decidí salir de nuevo, esta vez directos hacia la campa. Llegué sin problemas pero no tenía altura ya para andar jugando con termiquillas tontorronas en una zona que no conocía. Así pues me concentré en la toma.

El viento parecía más fuerte de lo que yo había sentido durante el vuelo. Hice un par de ochos por detrás de la carretera OU-1109 (la que va hacia Portugal) tras el último giro a derechas encaré la campa en diagonal, en sentido sur-norte. Piqué con fuerza e hice el cambio de manos en dos fases tal y como me había propuesto Coci en Arcones. Hasta ahí todo bien. El problema vino después, cuando ya casi estábamos aterrizados.

Corriendo con la U2, o a punto de empezar a correr, en la mismísima recta final del aterrizaje, nos enganchó el rotor de los árboles que teníamos a nuestra derecha. En lugar de pararse definitivamente, el ala se me fue desviando progresivamente hacia la derecha sin perder velocidad. No era capaz de rectificar el rumbo ni de parar. Al final me tropecé y caímos, de una forma no demasiado brusca, pero el viento estaba tan guarro en esa zona que el ala terminó por boca arriba y yo me quedé encima de ella.

Por suerte la cosa en cuanto a daños no fue gran cosa. No me hice daño y en el ala sólo un montante se dobló sin llegar a romperse. Pero es desagradable sentirse así de vendido. Aunque adelantando el cuelgue y haciendo el cambio de manos en dos pasos la cosa había mejorado, la U2 seguía siendo algo grande para mi peso. O mi peso algo escaso para la U2. El que no busca soluciones es porque no quiere.

Me había resistido hasta ese día pero ya tenía claro que tocaba sí o sí: un lastre de 2-4 kilos me podía hacer ganar algo de mando que sin duda necesitaba para tomar con más seguridad. Llenando a tope de agua la camel-back podría ganar más de un kilo (casi siempre la llevo vacía o casi vacía).

Luego llegó Sara y me comentó lo del accidente en Barajas. Mi hermana estaba de vacaciones en Canarias y todavía no se sabía casi nada del avión que se había estrellado. Casi nada excepto que era un vuelo de Canarias. La llamé y por fin descansé cuando me dijo que estaban bien.

Un día un tanto feo, sin duda. Por eso quizá me he resistido tanto a contarlo.