Archivo mensual: agosto 2008

Miércoles 20 de agosto de 2008, Sierra de Larouco.

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Este pasado fin de semana ya se han dejado ver los buitres girando cositas bastante chulas. Me pongo malo cuando les veo volar después de todo un invierno de abstinencia total. Son las primeras señales que avisan de la proximidad de la nueva temporada… ¡y yo con estos pelos! ¡cuatro vuelos del año pasado sin postear!

El miércoles 20 de agosto fuimos a Baltar, en la Sierra de Larouco, en el sur de la provincia de Ourense. Estábamos de vacaciones en Galicia y yo hacía tiempo que le tenía ganas a esta zona mitad gallega y mitad portuguesa de la que tanto había oído hablar. Ya había estado allí hacía tiempo, pero las condiciones no fueron buenas y nos limitamos a conocer sus múltiples despegues y sus no tan abundantes ni claros aterrizajes (al menos para alas delta).

Sin embargo aquel miércoles tenía muy buena pinta y, teniendo predominio de vientos de norte, sólo me quedaba descubrir cual era el aterrizaje oficial en Baltar. En mi anterior visita había logrado encontrar, no sin dar vueltas, el aterrizaje oficial de Gralhas, el pueblito portugués en el que se toma en los vuelos de sur. Sin embargo en Baltar vimos muchas posibles campas, todas con algún «perooo» y ninguna con alguna prueba definitiva que la delatase (es decir, con una manguita o similar). No tuvimos más suerte aquél día.

Tras dar varias vueltas sin encontrarla pregunte a unos chicos del pueblo. Me contestaron que podía aterrizar donde quisiera, que no había ningún problema y que nadie se iba a molestar. Así es que elegí la campa más grande y verde de todas y le coloqué una pequeña manga improvisada, atando papel higiénico en el extremo de una rama y clavando ésta en una alpaca. Cuando volví al coche mi hija tenía un berrinche tremendo. Lloraba desconsolada porque papa le había hecho pupa al árbol cortándole una rama. Y no le faltaba razón. Y el karma no tardaría en cobrarse mi osadía.

La alpaca en la que clavé la rama junto con media docena más de sus semejantes eran uno de los «peros» de la campa. Estaban en un lateral (qué se aprecia muy bien en el mapa porque es la única zona que no es verde) pero tenían un diámetro de metro y medio más o menos. Como para tenerlas muy presentes. Sin embargo no eran lo único feo del aterrizaje. La campa, aunque amplia, está entre dos filas de árboles de un tamaño considerable que sin duda podrían meter turbulencias que complicasen el planeo final. Pero bueno, vamos al grano, que me estoy adelantando.

Los dos despegues de norte están muy cerca el uno del otro y tienen pocos grados de diferencia en cuanto a orientación (unos veinte calculo, así de memoria). En días en los que el viento no está claramente definido ambos hechos se alían para que, por un lado los forasteros como yo no tengan muy claro cual de ellos montar el ala y, por el otro, permitir desplazarnos al otro con el ala ya montada si finalmente elegimos el lugar equivocado.

Nos sorprendió encontrarnos el terreno de ambos sin nada de vegetación y lleno de agujeros, algunos tremendos. Al pisar se levantaba bastante polvo y resultaba bastante sucio y desagradable. Finalmente opté por montar en el de la izquierda: dos de cada tres rachas entraban bien por allí y además había unos restos bastante grandes de moqueta (de alguna competición imagino) que podrían servir para que las chicas se pudiesen sentar sin mancharse demasiado.

Cuando estaba montando el ala apareció una furgoneta que aparcó en el otro despegue. Estando allí al lado decidí ir a presentarme y preguntarles por el aterrizaje oficial. Resultó que no eran parapentistas como pensaba, sino dos chicos que estaban preparando los despegues para meterles riego con el que mantener césped allí arriba. Sin duda eso lo hará mucho más agradable. Pero del tema del aterrizaje no tenían ni idea tampoco.

Cuando terminé de montar, tal y como me temía, la cosa había cambiado. Ahora las rachas eran 4 a 1 a favor del despegue de la derecha. Tras varios minutos de espera bajo el ala decidí ir con ella hasta el otro despegue. No fue para tanto al final, en poco tiempo estaba allí listo para despegar.

El terreno estaba demasiado «suelto» y la carrera para despegar me resultó incómoda. Imagino que ese fue el motivo por el que me tiré a la piscina, es decir, me dejé caer antes de que el ala me sacase a mí a volar. Por suerte cuando lo hice ya había alcanzado bastante velocidad y despegué sin ningún problema.

El principio del vuelo me resultó un tanto extraño, un tanto incómodo también. La forma de la ladera me resultaba extraña aunque por otro lado era lo más normal: después de todo era mi primer vuelo allí. Poco después creí identificar los dos factores que me confundían. El despegue se encuentra situado como en un saliente bastante redondeado de la montaña, lo que hace que tengas una sensación permanente de estar metido en una suave fuga. Por otro lado, en lo relativo a la forma de su componente vertical, también se trata de un caso atípico: por encima de los despegues la pendiente sigue aumentando, pero poco. No es un altiplano, pero tampoco una ladera. En resumen mi sensación era como si estuviese volando en la cima de un balón.

Si hubiese pillado alguna térmica fuerte quizá no habría tenido esa sensación, pero las que giré fueron suaves y en cuanto las perdía y ponía rumbo al valle tenía la sensación de que me podía quedar encima de un pino si me enganchaba una descendencia. Estuve más de media hora en ese plan y al final, no teniendo claro el seguir la sierra en ninguno de sus sentidos decidí salir al valle. Gran acierto.

Justo delante de los despegues hay una montañita que debe hacer las delicias de los pilotos locales. Al sobrevolarla tuvimos la suerte de encontrarnos con la mejor de todas las térmicas que habíamos pillado hasta ese momento. Ganamos unos 500 metros sobre el despegue y cuando la perdimos decidí tirar hacia adelante, hacia Baltar. Por encima del pueblo estuvimos girando cositas que no terminaban de dispararse. Dudé si seguir intentándolo por allí o tirar de nuevo hacia la ladera. Finalmente hice esto último, pero quizás ya un poco tarde.

Volviendo hacia la ladera vi una campa grande en los pies de la montaña rodeada por un camino que subía hacia los despegues (se trataba de la continuación del camino por el que habíamos subido nosotros). Parecía una buena opción para aterrizar si finalmente me quedaba corto para llegar hasta la que había planeado. Pero no me quedé corto.

No pillé mucho más en mi vuelta a la ladera, de hecho llegué bastante bajito y decidí salir de nuevo, esta vez directos hacia la campa. Llegué sin problemas pero no tenía altura ya para andar jugando con termiquillas tontorronas en una zona que no conocía. Así pues me concentré en la toma.

El viento parecía más fuerte de lo que yo había sentido durante el vuelo. Hice un par de ochos por detrás de la carretera OU-1109 (la que va hacia Portugal) tras el último giro a derechas encaré la campa en diagonal, en sentido sur-norte. Piqué con fuerza e hice el cambio de manos en dos fases tal y como me había propuesto Coci en Arcones. Hasta ahí todo bien. El problema vino después, cuando ya casi estábamos aterrizados.

Corriendo con la U2, o a punto de empezar a correr, en la mismísima recta final del aterrizaje, nos enganchó el rotor de los árboles que teníamos a nuestra derecha. En lugar de pararse definitivamente, el ala se me fue desviando progresivamente hacia la derecha sin perder velocidad. No era capaz de rectificar el rumbo ni de parar. Al final me tropecé y caímos, de una forma no demasiado brusca, pero el viento estaba tan guarro en esa zona que el ala terminó por boca arriba y yo me quedé encima de ella.

Por suerte la cosa en cuanto a daños no fue gran cosa. No me hice daño y en el ala sólo un montante se dobló sin llegar a romperse. Pero es desagradable sentirse así de vendido. Aunque adelantando el cuelgue y haciendo el cambio de manos en dos pasos la cosa había mejorado, la U2 seguía siendo algo grande para mi peso. O mi peso algo escaso para la U2. El que no busca soluciones es porque no quiere.

Me había resistido hasta ese día pero ya tenía claro que tocaba sí o sí: un lastre de 2-4 kilos me podía hacer ganar algo de mando que sin duda necesitaba para tomar con más seguridad. Llenando a tope de agua la camel-back podría ganar más de un kilo (casi siempre la llevo vacía o casi vacía).

Luego llegó Sara y me comentó lo del accidente en Barajas. Mi hermana estaba de vacaciones en Canarias y todavía no se sabía casi nada del avión que se había estrellado. Casi nada excepto que era un vuelo de Canarias. La llamé y por fin descansé cuando me dijo que estaban bien.

Un día un tanto feo, sin duda. Por eso quizá me he resistido tanto a contarlo.

Sábado 9 de agosto de 2008, Alto Rey.

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Mi cuñada y yo nacimos el mismo día, el 7, del mismo mes, agosto, del mismo año, 1973. El jueves había sido pues nuestro cumpleaños y decidimos celebrarlo en familia el domingo en Muriel. Quedaba así el sábado como un día ideal para volver al Alto Rey si las condiciones acompañaban. Y acompañaron.

La calle de nubes pasaba justo por encima del despegue y hacia el sur no había ni una sola condensación hasta la A-2. Monté por encima del camino porque el terreno estaba menos seco en esa zona. Mientras montábamos llegó una pareja catalana cuyo Mercedes empezó a echar vapor por el capó al poquito de parar el motor. Según me contó Sara, intentaron bajar después con el motor parado, pero el coche así apenas frenaba y finalmente tuvieron que dejarlo en la base militar abandonada y bajar con ella hasta Bustares.

El despegue fue posiblemente el peor que he realizado hasta la fecha con la U2, o al menos el menos controlado. ¿Motivo? Como me di cuenta poco después de despegar, me había olvidado de quitar la tensión que había puesto casi a tope en el montaje. Y sumado a esto el viento estaba ligeramente cruzado de la derecha. Nada más comenzar la carrera el ala se me desvió ligeramente hacia la derecha encarándose al viento y, ante mi sorpresa, mis correcciones no modificaron para nada dicho rumbo. Por suerte no había en nuestro «nuevo» camino ningún obstáculo y despegamos sin mayores consecuencias.

La cosa estaba muy bien, enseguida nos colocamos por encima de las antenas y después de un rato rastreando la zona una térmica nos subió hasta la nube justo en la vertical de la ermita. Todo iba viento en popa de cara a conseguir mi eterno objetivo: altura casi record para mí, unos 3400 metros, y recién despegado con toda la tarde por delante (serían las tres y media, más o menos). Así es que sin más puse rumbo hacia Zarzuela de Jadraque ya que con la altura que tenía llega perfectamente hasta sus campas.

Al llegar ya tenía la mosca detrás de la oreja: el planeo hasta allí había sido plácido y agradable. No habíamos atravesado ningún tipo de turbulencia de esas que hacen pitar al vario que suelen tener una térmica más cerca que lejos. Sin embargo al llegar a Zarzuela, con unos 2000 metros, el vario comenzó a marcar una ascendencia, suave, pero algo es algo. La giré con mucha paciencia y pude ganar unos cien metros antes de dejarla en busca de algo mejor. Fue el principio de una larga estancia sobre Zarzuela.

Una estancia que rondó las dos horas y en la que estuvimos subiendo y bajando cual yoyó entre los 2000m que comentaba y los 1700m. El estancamiento básicamente venía dado por los 5 km sin aterrizajes que hay entre Zarzuela y Veguillas. En condiciones ideales, estando las campas a unos mil metros de altitud serían suficientes 1500 para llegar, es decir, 500 sobre ellas (considerando una fineza de 1:10, un metro que pierdo, diez que avanzo). Pero las condiciones no eran ideales: el viento lo tenía totalmente enfrentado, lo que me restaría avance sobre el terreno en una proporción directamente proporcional a su fuerza. Pero mi altura estaba ahí y en ocasiones pensaba que podía llegar sin dificultad y en otras que no merecía la pena arriesgarse.

Y en principio ganó el «ángel» conservador. En el enésimo regreso desde el pinar hacia Zarzuela, dos horas y pico después de haber despegado, decidí aterrizar en la campa más segura de las que había visto por allí. Pero cosas del vuelo, basta que tires la toalla para que finalmente te salga ese otro plan que tanto tiempo habías deseado.

Cuando ya estaba planteándome abrir el arnés, a unos 1200 metros, atravesamos una térmica a la que no pude decir que no. Parecía distinta, más fuerte que todas las anteriores. La giramos y la deriva nos fue desplazando de nuevo hacia atrás, hacia Zarzuela. Según ganábamos altura la fuerza iba disminuyendo y parecía más de lo mismo. Al final la sensación que me dejó es que era exactamente igual que las otras térmicas y que simplemente a esa altura, más abajo, la ascendencia era más fuerte. Pero esta nos dejó a unos 2200m en la vertical de Zarzuela. Por enésima vez pusimos «rumbo Veguillas».

Teníamos unos 1200m de desnivel para recorrer los 6 km. que nos separaban de las campas de Veguillas. Parecía suficiente y finalmente lo fue. Llegamos unos 300 metros por encima de las campas y todavía jugueteamos por las faldas de la Sierra Gorda con alguna termiquilla antes de tomar en una de ellas. Me había metido la cámara en el arnés para hacer fotos desde el ala, pero una vez en colgado me resultó imposible sacarla. Para matar el gusanillo le hice una a la campeona allí aterrizada:

U2 en Veguillas

Después, antes de que hubiese terminado de plegar llegaron Ana y Rober con una sorpresita: Jose María. Mojamos el encuentro con unos botijos (¡a 70 céntimos!) en un (el?) bar de Veguillas.

Sábado 2 de agosto de 2008, Piedrahita.

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En el despegue el viento estaba muy flojo, tanto que David «Potato» y Julio «Piedrahita» decidieron bajar sus alas montadas para salir por debajo de la carretera. Juanma y Armando que llegaron algo más tarde montaron directamente abajo. Arriba estábamos todavía Jesús, Javi «Fontanar», Luismi y yo.

En ocasiones incluso llegaban a entrar rachas de atrás y, por lo tanto, remolinos que evitaron que nos relajásemos mucho. Uno de ellos pilló a Jesús preparado para despegar lo que le obligó a elegir entre salir o aguantarlo enganchado al ala. Optó por la primera opción despegando sin problemas tras una larga carrera.

Algo después Juanma, Javi y yo despegamos juntos en ese orden, Juanma desde abajo y nosotros desde arriba. Tuvimos que correr bastante pero despegamos sin problemas, si bien impresiona mucho salir planeando tan cerca del suelo. Posiblemente en la próxima ocasión similar despegaré desde abajo yo también.

Nada más salir trincamos los tres, Juanma bastante más alto pero Javi y yo aproximádamente a la misma altura. Tras unos cuantos giros decidí dejar la térmica para no molestar a Javi y tiré hacia la izquierda del despegue, en busca de la que los locales llaman térmica «de servicio». Y, aunque tardó algo en aparecer, no me falló.

Comencé a girar algo muy suave que lentamente fue cogiendo fuerza. En esas estaba cuando Juanma por la radio nos avisaba de que estaba con 3400 metros y subiendo, y quería saber hacia donde tirar. Yo le comenté que mi intención era ir a Puente del Congosto pero que todavía no tenía suficiente altura para tirar. Armando comentó que los aterrizajes por allí no eran muy buenos, pero que sí que los había en los pueblos cercanos. Por encima de los 3200 metros no lograba ganar más altura pero vi precisamente a Armando girando cerca de donde yo estaba y fui hacia allí. Pero por allí tampoco lograba ganar mucho y tras comentarlo con Armando tiramos juntos hacia el pico Umbrela, la cumbre del monte que hay enfrente del despegue a la izquierda.

Al llegar allí nos encontramos con Juanma que venía con mucha altura en dirección contraria a la nuestra. En la vertical del monte comenzamos a girar algunas cosas que tampoco terminaban de arrancarse con fuerza. Y así, tanteando por distintas zonas, estuvimos un buen rato, desplazándonos poco a poco hacia la ladera norte del monte, hacia Hoyorrendondo, pero tal y como en un momento dado me comentó Juanma, estábamos perdiendo más de lo que ganábamos. Finalmente él decidió volver hacia el despegue. Armando y yo tiramos hacia Puente del Congosto buscando algo que nos permitiese ganar metros por el camino.

Sin embargo nos encontramos con más de lo mismo, ascendencias muy flojas con las que cada giro tenía una de cal y otra de arena. Yo, viendo a tiro las campas de Navamorales, a pocos kilómetros de Puente del Congosto, decidí ir hacia ellas con la esperanza de encontrar por allí algo mejor.

Y algo encontré. En la vertical del río Corneja (poco antes de juntarse con el Tormes) atravesé una fuerte descendencia tras la cual vino su correspondiente ascendencia. Sin embargo era muy turbulenta y con una deriva considerable. Abajo los árboles del río estaban bastante inclinados y todo apuntaba a que el viento aumentaba cuanto más cerca del suelo. Finalmente decidí no arriesgarme a no llegar a la campa de Navamorales y dejé la térmica.

Efectivamente había bastante viento al nivel del suelo y la campa estaba ligeramente cuesta arriba. La aproximación era cómoda, sin obstáculos y aterricé sin problemas.