Archivo mensual: agosto 2013

Sábado 3 de agosto de 2013, Alto Rey.

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El vuelo tiene estas cosas, los mejores vuelos te los sueles dar cuando menos te lo esperas, o por lo menos así es en mi caso. Estás esperando los nueve días del Campeonato de España con toda la ilusión del mundo y hasta el último detalle preparado para hincharte a volar y pasan de largo sin grandes alegrías. Te levantas la mañana de un viernes pensando que no vas a volar ese fin de semana y al día siguiente te pegas el vuelo del año.

Tenía muchas ganas de retomar el blog con un vuelo que mereciese la pena contar. El último que me di en el Open de Pedro Bernardo estuvo muy bien, pero con tanto lío de tracks, livetrackers, clasificaciones, fotos y demás se me pasó el arroz y al final no escribí nada.

Pero este sí lo tengo que dejar relatado porque ha sido uno de los vuelos más bonitos que me he dado nunca. Uno de esos que por mucho que te esfuerces no hay forma de aterrizarlo y que te hace estar volando durante días.

Como decía antes, hasta bien avanzado el viernes no pensaba volar ese fin de semana. En estas fechas tenemos en mi familia la friolera de cinco cumpleaños (entre ellos el mío propio) y habíamos quedado en Muriel para celebrarlos todos juntos del tirón. Como de costumbre el día elegido para soplar las velas era el domingo, lo que dejaba el sábado como un día tontorrón en el que si estaba bueno lo iba a pasar muy mal en tierra. Había que intentar un Alto Rey, que tanto se me estaba resistiendo este año (3 alicatazos de 3 vuelos era mi triste balance allí en este 2013).

La previsión era de cielo azul sin nubes y viento fuerte de suroeste. Podría ser mejor, pero tampoco era mala del todo. Llamadita al tío Gabi, a ver si anda por aquí y se anima a un Alto Rey… no logro hablar con él y comienzo a pensar que con ese viento y yo sólo quizá sería mejor una Muela. Pero según miraba la previsión de los vientos en La Muela suena mi móvil… ¡¡¡era Gabi!!! Sabiendo lo poco que pierde el tiempo este pedazo de volón si me llamaba era porque existían muchas posibilidades de que mi plan le cuadrase. Y así era. Quedamos sobre las doce del sábado en la fuente de Bustares para pillar agua e intentar buscar alguien que nos pudiese hacer la recogida.

Ya en Bustares me di cuenta de que no tenía ni la cámara de fotos ni las botas de vuelo. Por suerte las chanclas que llevaba me ajustan bastante bien al tobillo (que nadie se confunda, ha sido mi primer y espero que último vuelo con chanclas). Además las fiestas de Veguillas complicaron un poco el tema de la recogida: a las 12 de la mañana gran parte de la juventud bustareña estaba durmiendo la mona. Finalmente pudimos ponernos de acuerdo con Juan Martín, al que despertamos y por supuesto quería seguir descansando un rato, pero que nos dijo que iría a buscarnos por la tarde si los dos nos marchábamos. Con agua y recogida salimos pitando hacia el despegue.

Llegamos arriba a la una en punto y desde el coche el viento ya parecía un pelín pasado. Bajamos hasta la zona desde la que solemos despeguar y efectivamente entraban rachas bastante fuertes, pero también había ratos mantenidos en los que bajaba bastante la intensidad. Dudamos. Teníamos claro que para volar había que montar rapidito y salir cuanto antes, ya que a las dos la cosa estaría bastante peor, y a las tres imposible. Gabi se decanto por el no. Yo pensé en que si no volaba ese día me tiraría casi un mes sin volar, desde el 26 de julio hasta, como pronto el 19 de agosto que volvemos de vacaciones… me decanté por el sí.

Con la colaboración de Gabi que me trajo arnés, cartera y fruta del coche a la una y media pasadas estaba listo para salir… o al menos eso creía yo. Esperamos una racha floja, que empezaban a escasear, para dar la vuelta a el ala, y tras hacerlo me di cuenta de que el vario… ¡estaba en el coche! Con las rachas que entraban preferí volver a colocar el ala de espaldas al viento. Gabi fue por enésima vez al coche, pusimos el vario y, tras esperar otro rato a que bajase el viento, dimos por segunda vez la vuelta al ala.

Estaba un pelín cruzado de la derecha, de oeste, sobre todo cuando soplaba más fuerte. Decidí salir desde la izquierda, que está un poco mejor para esa dirección del viento. La cosa ya se había invertido, las rachas fuertes ahora eran las que se mantenían bastante tiempo, siendo las flojas cada vez más cortas. Tras un cañonazo que parecía no tener fin llegó un momento algo más tranquilo que aproveché para despegar sin demasiados problemas. Una vez en el aire, mantuve el ala picadita hasta que me alejé un poco de la montaña.

De primeras me fui a los cortados de piedra que están a la izquierda de la ermita. Un montón de buitres despegaron al verme llegar y me sirvieron un poco de referencia. Como el viento estaba cruzado la ladera, que casi nunca funciona en el Alto Rey, funcionaba especialmente mal. Casi todo el cortado estaba en fuga, y la parte mejor enfrentada estaba bastante movidita por el sotavento de la ermita. Inicialmente perdí bastantes metros pero luego poco a poco los fui ganando, sobre todo haciendo ochos ya que cerrar los giros por debajo de los cortados no era algo apto para cardiacos. Tras remontar unos cincuenta metros por encima de la cuerda decidí saltar a la ermita y la zona del despegue para ver si allí la cosa estaba un poco mejor.

Y bueno, un poco mejor estaba porque no había sotavento, pero cerrar los giros era complicado y desagradable por la fuerte deriva. Al ver a Gabi, que se había subido hasta la ermita, pensé que su decisión había sido la acertada, que volar para estar como yo estaba no terminaba de merecer la pena. Pero yo ya estaba allí arriba y tenía que exprimir hasta la última opción de ese vuelo, así es que en cuanto me vi con un pelín de altura decidí probar suerte en la ladera del cuartel, posiblemente la mejor enfrentada de todas.

Pero tampoco hubo demasiada suerte allí. Sólo en el cuartel propiamente dicho se subía bien, pero la deriva era brutal y en cuanto te descuidabas te metías demasiado atrás y en fuga de sur o de oeste. Probé de nuevo suerte por la ermita y más de los mismo, incluso peor, porque el viento estaba cada vez más fuerte. A los cortados de la izquierda decidí no volver porque con una ración de sotavento ya había tenido bastante. Volví a la ladera del cuartel y tras comprobar que la cosa iba cada vez a peor decidí salir valle.

Me costaba tanto penetrar que yo creo que no hubiese llegado ni al pueblo. Enfilé hacia la campa de detrás del frontón, la más cercana, y cuando estaba buscando el tirador de la cremallera para abrirme el arnés me entró por la derecha la térmica que lo cambió todo. La térmica que hizo que ese vuelo pasase de ser uno para olvidar, a uno para recordar siempre. La térmica que hizo que Gabi repentinamente pasase a pensar que quizás tenía que haber montado conmigo, y que yo pasase a pensar que después de todo ese vuelo podría llegar a tener sentido.

La térmica no era especialmente fuerte, en torno a dos metros por segundo, pero derivaba mucho menos que las que intenté girar en la cuerda. Con el nuevo casco cuando giro a derechas me cuesta oír el vario en determinados momentos, pero creo que la ascendencia era bastante constante durante todo el giro. No tardé en ponerme a la altura del despegue. La deriva me iba acercando a la ermita y cuando llegué a su vertical ya estaba por encima de los 2000 metros, unos 200 por encima. En ese punto comenzó a derivar más y me salí un poco de ella, momento que aproveché para invertir el giro y comenzar a girarla a izquierdas. La volví a centrar rápidamente, pero efectivamente la deriva me estaba llevando rápidamente hacia atrás.

En ese punto tenía que decidir si seguía derivándola metiéndome demasiado atrás, o la soltaba en ese punto en el que todavía podía volver a la cuerda. Gabi seguía en la ermita, observándome. En realidad a él le iba a dar lo mismo recogerme por el norte que por el sur, eran unos cuantos kilómetros más de coche pero eran sólo las dos y media de la tarde. Así es que decidí seguir girándola todo lo que diese de sí y tirarme hacia atrás en cuanto dejase de ganar metros con ella, lo que ocurrió cuando tenía algo más de 2400 metros y estaba en la vertical del pequeño monte que hay detrás del Alto Rey.

Me tiré hacia atrás viento en cola, inicialmente con la idea de tirar hacia Atienza. Antes de despegar había activado Soria como baliza directa con la función «Go To» del Compeo. Para dirigirme hacia Soria tenía que modificar mi rumbo girando un poco hacia la izquierda, y para ir hacia Atienza justo lo contrario.

Era muy posible que llegase de planeo a Atienza, pero tenía la sensación de que iba a llegar allí muy bajito como para remontar cómodamente, y las campas que veía cerca de un pueblo que había de camino no me terminaban de convencer.

Sin embargo hacia la izquierda tenía cerca otro pueblo, Ujados, aparentemente «aterrizable» en cuyos alrededores seguramente habría alguna térmica esperando a que mi LiteS «guindilla» y yo la hiciéramos compañía. Opté por esta segunda opción descartando Atienza como baliza intermedia y planteándome ir en línea recta hacia Soria. Para llegar el Compeo en ese punto me decía que nos quedaban 77 kilómetros por delante… ¡casi nada!

Nada más cambiar el rumbo hacia la izquierda, bastante antes de llegar a Ujados, nos encontramos con una termiquilla muy flojita pero a la que me enganché con la esperanza de que fuese ganando fuerza poco a poco. Y lo hizo, pero muy poco a poco, y la deriva nos fue llevando hacia los cortados de los molinos. A unos 2400 de nuevo la perdí o se acabó y continué hacia los cortados que ya tenía muy cerca. Nada más a su vertical el vario comenzó a pitar de nuevo, esta vez más alegre, y pronto estábamos a 2800.

Con esa altura seguimos «Camino Soria», pero al poco de comenzar la transición trincamos otra térmica y por su puesto decidí entretenerme un poco allí con ella. La deriva tenía la orientación perfecta y el paisaje lo merecía. Teníamos al norte una grieta de unos cien metros de profundidad que serpenteaba a lo largo de varios kilómetros, con un pueblo, Torrevicente, impresinante en medio de uno de sus barrancos. Ganamos algo más de cien metros con esa térmica volviendo a estar por encima de los 2700, y nada más dejarla llegó otra casi de forma casi idéntica, y después de esta otra similar, algo más flojilla esta vez, y nos quedamos a unos 2600. Estábamos ya en el comienzo del barranco por el noreste, con otro pueblo situado justo en las pendientes de su entrada, Lumías.

En este punto dudé por donde continuar. Hacia Soria había un montón de kilómetros bastante desolados con pocas señales de civilización, sin carreteras, todo caminos de tierra y eso sí, campas para aterrizar sin problemas en cualquier punto. La recogida por allí podría llegar a ser bastante simpática, tanto para Gabi como para mí. Por otro lado a nuestra derecha, muy cerca, estaba Arenillas, un pueblo grandecito con campas, carretera y seguramente un buen bar. Pero tenía altura, iba viento en cola, y la aventura es la aventura. Fui optimista y decidí tirar por la tierra inhóspita, con un poco de suerte podríamos llegar hasta un pueblo que veíamos en el horizonte, y con un poco de suerte más no estaría abandonado.

Comenzamos el planeo hacia Soria con una descendencia que me hizo comenzar a estudiar la zona de cara a hacer lo menos complicada posible la recogida. A nuestra izquierda volvíamos a tener otro barranco que, como no, tenía en una de sus cuestas un pueblo perfectamente mimetizado con el terreno que le rodeaba, Cabreriza. Era una chulada desde el aire y aunque se veía un coche estaba claramente abandonado. Ya en ese punto la mejor opción de cara a la recogida era seguir por encima del camino de tierra que venía desde la carretera que estábamos dejando atrás.

Más o menos a la altura de Cabreriza, con unos 1700 metros, nos encontramos con una térmica que empezó muy flojita pero que acabó batiendo casi todas las marcas del vuelo. Más de media hora de reloj estuvimos girando en ella hasta alcanzar el techo del día, cerca de los 3000 metros, y con su deriva avanzamos unos 20 kilómetros atravesando el pueblo aquel del horizonte y el mismísimo río Duero. El pueblo del horizonte era Casillas de Berlanga, donde llegamos con 2200 metros de altura, y en la continuación de la carretera que pasaba por él hacia el noroeste, reconocí perfectamente la muralla, el castillo y el barranco de Berlanga de Duero, donde aterricé el año pasado (aunque aquí voy poniendo los nombres de los pueblos, en vuelo sólo reconocí Atienza, Berlanga y Soria). Unas docenas de giros más al noreste llegamos a un punto donde teníamos delante el río Duero, que nos recibió mejorando notablemente la calidad de la térmica y nos alzó hasta casi los tres mil metros de altitud.

Con esa altura y una sonrisa en la cara que se me salía del casco enfilé de nuevo hacia Soria. Aunque en mi rumbo no había muchos problemas de aterrizajes tenía que atravesar una cuña de un bosque inmenso que tenía a mi derecha. No parecía complicado con esa altura, pero si me entraba cualquier cosa que me ayudase no le iba a hacer ascos. Había perdido sólo trescientos metros cuando, teniendo a mi izquierda Fuentepinilla, comencé de nuevo a girar una cosita con la que, aunque no ganábamos mucho, avanzábamos poco a poco gracias a la deriva, haciendo la cuña del bosque cada vez más franqueable. Así, dando giros, sobrevolamos La Seca. Llegados a un punto en el que ya no había más que rascar nos pusimos de nuevo viento en cola.

El pueblo más cercano era Quintana Redonda. Era un pueblo bastante grande y tenía campas muy buenas, pero implicaba desviarme un poco a la derecha según el vario. En línea recta hacia Soria, que por fin veía en el horizonte, tenía un pueblecito muy pequeño metido en un barranco chulísimo, y aparentemente también tenía campas más o menos buenas. El pueblo era Las Cuevas de Soria, y no me pude resistir a la tentación de sobrevolarlo. Con esa transición alcancé el punto más bajo de todo el vuelo, en torno a los mil «quini», y allí viví uno de los momentos más bonitos del vuelo.

Lo típico: según me acercaba a las inmediaciones del pueblo por fin salgo del agujero del que venía y el vario comienza a pitar tímidamente. Voy tanteando aquello sin mucha fe pero en la vertical del pueblo parece que la cosa se anima. Sin embargo no logro girarla bien y sigo sin terminar de ganar metros con aquello. Al norte del pueblo unos cortados de piedra me estaban mirando. Además de ser una zona preciosa aquello se tenía que estar calentando más que su entorno sí o sí. Decidí dejar esa térmica con la que no perdía mucho, pero tampoco ganaba nada, y tirar hacia los cortados en busca de algo mejor.

Y aquello funcionó. No inmediatamente, pero allí en seguida encontré algo muy similar a lo que tenía en la vertical del pueblo, pero con un paisaje todavía mejor y sobre todo mucho más prometedor, porque a esta si le iba notando una pequeña mejoría con cada giro y, aunque muy lentamente, estaba ganando metros. No terminaba de dispararse, pero con aquella alturilla que estaba ganando ya le estaba dando vueltas a saltar hasta el siguiente pueblo. Pero de repente… ¡buuuuuuuuuuuuuum! ¡Aquello disparó con un más tres que a mí me sabía a más ocho! ¡Soria! ¡Soria! ¡Soria! ¡Soria!

Y no me equivocaba, porque después de aquello llegar a Soria fue un auténtico paseo. Y eso que ni siquiera logré ganar la altura que esperaba con esa térmica. No sé si la perdí o se acabó, el caso es que con algo más de dos trescientos dejé de ganar altura y puse rumbo hacia una laderita muy prometedora que tenía tirando directamente hacia Soria. Era una ladera con poca altura y poca pendiente, pero buena orientación tanto para el sol como para el viento, y tenía un pueblo con carretera y campas, Camparañón. Pero funcionaba y en cuanto nos acercamos por allí el vario comenzó a pitar. La deriva era un poco más de sur-sureste, desviándonos ligeramente de nuestro rumbo, pero me preocupaba poco porque con los dos mil metros que tenía y la altura que ganase con ella ya podía saltar la ladera y acercarme, sino llegar, a Soria.

Cuando llegamos a los 2500 decidí dejarla y avanzar hacia Soria. Al hacerlo ocurrió algo curioso: no perdía altura porque había térmicas por toda esa zona. Llegaba a Soria de planeo pero con esa altura me parecía un desperdicio aterrizar allí, y para la recogida me parecía mucho más limpio aterrizar en un pueblo. Delante pasado Soria, quizás demasiado cerca, tenía Garray. Seguí girando, derivando y perdiendo las cositas que me encontraba, siempre en torno a los 2500, dejando Soria a mi derecha, sobrevolando primero Carbonera de Frentes, Fuentetoba y sus cárcavas, muy muy chulas, llegando con esa altura a la vertical del aeródromo de Soria. En ese punto nos cruzamos con una térmica más generosa que las anteriores que nos elevó por encima de los 2700. Gozadón.

En este punto Garray ya estaba más que superado como objetivo y tenía dos opciones, ambas con montañaca seria en plan «meta» de fondo. Una era seguir manteniendo la dirección que había llevado durante todo el vuelo, donde veía pocos apoyos. La otra era desviarme un poco hacia el norte apoyándome en unas laderas que tenían pinta de estar funcionando. Opté por esta segunda ruta, aunque en realidad en ese momento me notaba ya desconcentrado de pura satisfacción, con mi subconsciente pensando en quemar esos metros con un largo planeo viento en cola hasta donde diesen de sí, y analizando cual sería el mejor pueblo en el que aterrizar.

Las laderas no me funcionaron, pero como digo lo más probable es que no pusiera en ellas todo el interés que merecían. Unos molinos en unos cerros por encima de Garray (posiblemente el mejor objetivo de primeras si hubiese estado más atento) me indicaban un viento de sur-suroeste en tierra. Enfilé en esa dirección sobrevolando los cortados en los que acababa la ladera y un pueblo, Espejo de Tera, metido allí debajo. Por delante tenía dos pueblos, Sepúlveda de la Sierra y Cubo de la Sierra, que me parecían un poco escondidos para la recogida, y con campas de dudosa inclinación. Por otro lado, si giraba a la izquierda y seguía hacia el norte tenía carreteraca, campas muy buenas y abundantes, y tres pueblos: el primero Tera, y unos kilómetros más allá, pegados, Almarza y San Andrés de Soria.

Llegué a Tera ya con poca altura, pensando seriamente aterrizar allí mismo. Sin embargo tenía todavía algo de altura y encima del pueblo me pitó algo y con la cantidad de campas que había decidí alargar aquello un poquito más. La térmica no me dio mucha confianza y la dejé enseguida, pero en lugar de aproximar para aterrizar allí seguí por encima del río Tera con la esperanza de que se desprendiese algo por el camino hacia los siguientes pueblos. Si no ocurría podía aterrizar en cualquiera de las campas que tenía a mi derecha entre el río y la carretera.

No ocurío, pero avancé rápidamente y no tardé en llegar a Almarza y San Andrés. Para aterrizar me gustaba especialmente un prado abierto que había al norte de San Andrés, pero tenía que sobrevolar el pueblo y tenía ya sólo unos 50 metros sobre el suelo. Además me daba la impresión de que estaba ligeramente cuesta abajo. Preferí asegurar y aterrizar sobre alguna de las campas que había antes de Almarza junto a la carretera. En ese momento vi, justo allí entre los dos pueblos la primera y única sombra de nube del vuelo.

La campa que estaba más pegada a Almarza, justo delante del cementerio, no estaba del todo mal. En la zona de aproximación tenía una fila de chopos que partía de la carretera y terminaba en la entrada del cementerio, el cual podía utilizar como entrada a la campa. Había un tendido en el lateral opuesto a la carretera, pero al final de la campa, bastante alejado de la aproximación, y también un buen puñado de pacas de paja repartidas por la misma, pero con suficiente espacio entre ellas para tomar sin problemas.

Sobrevolé el cementerio y las pacas avanzando por la campa con unos 20/30 metros buscando por delante alguna opción mejor de última hora. La siguiente campa tal y como iba tenía vallas y no me terminaba de gustar. Hice un tres sesenta hacia mi izquierda para perder altura encima del cementerio, continué un poco más el giro hacia la izquierda para llevar mi senda final hacia un hueco entre las pacas, giré a la derecha para enfilar por el hueco que tenía en mente, y planeé por él según lo había visualizado. Había vientecito y estaba bien enfrentado, lo que nos permitió terminar el vuelo con tres o cuatros pasos acompañados de un empujocito suave.

A pesar de no haber escuchado en ningún momento contestación de Gabi yo había seguido dando mi posición en distintos puntos del vuelo, incluída la salida desde Soria hacia el norte con 2700. Por suerte él a mí si que me había oído en varios puntos del vuelo, y cuando hablé con él ya estaba en Almazán. Decidí llevarme el ala y el arnés en dos viajes hasta la entrada del cementerio donde tenía la sombra de los chopos, lo que me llevó unos 10 minutos. Me puse a desmontar sin entretenerme en nada más, y cuando todavía estaba quitando sables Gabi apareció por allí… ¡impecable!

Entre risas y cerves, como sabíamos que en Piter el día no había sido ninguna maravilla, Gabi mandó su ubicación a Carlos «parapen» así tal cual, sin más explicaciones. Carlos sabía que los dos habíamos ido al Alto Rey y lo demás lo dejamos en manos de su imaginación. Con su respuesta totalmente despistada nos echamos otro puñadete de risas, y brindamos por los buenos vuelos con el sabor agridulce de no haber podido disfrutar de aquel girando juntos.

Gabi no tardo en darse cuenta de algo que tenía estudiado en las previsiones pero que allí pudimos ver «in situ». Aunque en el pueblo seguía entrando un sur-suroeste de unos 15km/h, justo en la cima de las montañas que teníamos al norte, a menos de 10km, había unos molinos que estaban moviéndose a toda leche orientados de… ¡¡¡noreste!!! Y claro, también teníamos abundantes nubecitas que dibujaban la convergencia de vientos en toda esa zona, entre las que debía encontrarse la que vi justo antes aterrizar. Alucinante, habrá que tenerla en cuenta en futuras expediciones desde el Alto Rey.

De vuelta a Bustares decidimos hacer camino y comer en Atienza para estar más cerca de nuestro destino. Y Atienza está cerca de Bustares siempre y cuando no te equivoques de carretera y bajes hasta Jadraque, qué es lo que me pasó a mí en pleno entusiasmo dando por hecho que conocía aquella zona. Pero bueno, Gabi, su paciencia infinita y su agradable compañía hicieron de esa hora extra de palique en coche una forma como cualquier otra de prolongar ese gran día de vuelo que en gran parte le debo a él… ¡muchas gracias compañero!

Track del vuelo