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Sábado 12 y domingo 13 de julio de 2008, Piedrahita.

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No termino de entender por que no vuelo más en Piedrahita. Hacía por lo menos tres o cuatro años que no volaba allí. En aquella última ocasión Julio y yo aterrizamos ni más ni menos que en Villalba después de más de cuatro horas volando juntos (*). Y aunque aquello fue y es todo un récord para mí, mi porcentaje de buenos vueletes despegando desde Peña Negra es sin duda muy alto.

Volando allí en pleno mes de julio la media no podía empeorar.

La mañana del sábado 12 se presentó bastante cubierta de nubes. De camino hablé con mi padre y me comentó que en Muriel (en el norte de Guadalajara) estaba lloviendo con alegría. Aún así seguimos adelante. Al otro lado del túnel del Puerto de los Leones el panorama no mejoraba mucho: un cielo bastante oscuro que dejó caer algunas gotas en nuestro limpiaparabrisas. Temiéndonos lo peor llamamos a Carlos que sabíamos que andaba por Piedrahita. Si estaba mal quizá habrían decidido moverse a algún otro sitio. Hablamos con él y nos dijo que, aunque también estaba cubierto, tenían esperanzas de que abriese. Debo admitir que me pareció muy optimista en aquel momento.

Sin embargo a partir de Ávila el cielo parecía estar abriéndose, sobre todo por la vertiente norte de las sierras de la Paramera y de Villafranca. Cuando llegamos a Piedrahita lucía un sol espléndido y unos cuantos parapentes ya estaban en el aire.

En el despegue había bastante viento y racheado lo que, además de ponerme en tensión de cara al despegue (mis peores despegues hasta el momento con la U2 han sido con viento), hizo que aquel fuese el montaje más desagradable de todos los que le he vivido con la U2. Por suerte su quilla ya era 28cm más larga que la original.

Finalmente el despegue no fue tan complicado como pensaba. Con la ayuda de Eva y Pato y siguiendo las instrucciones de éste último (al que había conocido poco antes en el pueblo) esperé una racha floja y corrí manteniendo el ala picada en todo momento. Fue un buen despegue.

El fuerte viento hizo que desde el principio estuviese bastantes metros por encima del despegue. Sin embargo la deriva al girar me hacía complicado ganar el techo sin meterme demasiado atrás. Y cuando abandonaba la térmica me costaba bastante volver a salir al valle, perdiendo prácticamente todo lo ganado. Tras tres o cuatro térmicas abortadas decidí salirme más al valle para permanecer más tiempo en ellas. Aproximádamente en la vertical de Navaescurial comencé a girar la que me llevó hasta la nube, a unos 3200 metros.

Impresionantes las vistas del valle de atrás en los últimos giros de dicha térmica, con el Almanzor dominando el horizonte por la derecha y el Puerto del Pico a la izquierda (con el viento que había daba la sensación de que se pudiese llegar al mismo de planeo). El aire estaba bastante limpio y más al fondo se llegaba a distiguir incluso la Sierra de San Vicente.

Con dicha el techo pero de nuevo en la vertical de la cuerda tiré de nuevo hacia el valle, pero esta vez con mi vista puesta en la nube más cercana en dicha dirección. A la altura de San Miguel de Corneja comencé a girar su ascendencia para coger el techo de nuevo, pero esta vez a la altura de la 110, o lo que es lo mismo en el valle.

Teniendo el aterrizaje debajo de mí (al lado de la escombrera que también Eva y Pato se encargaron de que encontrase antes de despegar) y con esa altura decidí darme una vuelta por los pueblos del valle y, en este orden, sobrevolé Mesegar de Corneja, Bonilla de la Sierra, Becedillas, Malpartida de Corneja. Siguiendo el rumbo de la espiral que trazan los pueblos mencionados pasé por encima de Palacios de Corneja y Casas de Sebastián Pérez, desde donde puse rumbo hacia el aterrizaje, en el medio del valle, después de más de dos horas y media en el aire.

Llegué con mucha altura y tuve tiempo de sobra para estudiar el terreno y, junto con los datos y consejos que por radio me dió Julio «el de Ávila», planear la aproximación. Lo que no me esperaba ni pude ver desde lejos fue un montículo de tierra de más de un metro de altura mimetizado en el centro de la campa. Y como Murphy no descansa, de todos los metros de ancho que tenía la campa mi trayectoría en el planeo final era directamente hacia la joroba mineral.

En el último momento piqué hacia el montículo empujando inmediatamente después para «saltarlo». Mi pie derecho llegó a tocar con su cima, pero por suerte el obstáculo ya había quedado atrás y el aterrizaje terminó sin mayores consecuencias.

El domingo amaneció despejado con algunos pequeños cúmulos formándose a media mañana. Sin embargo cuando subimos, sobre la una más o menos, ya no había ninguna nube y los parapentes que estaban volando no parecían ganar mucha altura. Más bien todo lo contrario. Un par de ellos aterrizaron cerca de la carretera en medio de la ladera para volver a subir (a uno de ellos que hacía dedo le hicimos un hueco para ahorrarle el paseo de vuelta al despegue).

Arriba estaba ya Vento, de sobrevoar.com, un Lisboeta la mar de majo que conocí el día anterior. Eso sí, tenía su LiteSpeed (totalmente blanca, por cierto) todavía cerrada ya que, según él, las condiciones del día todavía tenían que mejorar. Era cierto que la capa de inversión parecía estar a la altura del despegue y que los parapentes que se quedaban por debajo de esta no lograban ya remontar.

Sin embargo mi norma (desde que soy papi) es entretenerme lo imprescindible los domingos: despegar pronto (o no volar) para llegar a Madrid a una hora decente que nos permita darle un bañito a la peque y hacer el «aterrizaje» en casa lo más suave posible. Corría el riesgo de aterrizar también prontito en la campa de la escombrera, pero es lo que tocaba.

Y estuve cerca. Nada más despegar gané algo de altura y enseguida tiré hacia el morrete de la derecha (Moros dice el mapa que se llama, con 2065 metros). Pero las descendencias eran bastante fuertes y no tardé en perder la altura ganada. Peleé un poco cerca de la ladera para intentar remontar sin mucho éxito y al final decidí salir al valle, ya por debajo del despegue. A cierta distancia un parapente giraba algo que poco después resultó ser mi salvación. Me puso a 2400 metros, lo que a la postre resultaría ser mi techo, y con esa altura seguí por la cuerda hacia el Puerto de Villatoro. Mi objetivo era avanzar por la N-110 rumbo Madrid aterrizando lo más cerca posible de la carretera para no complicar mucho la recogida.

Pero el día no estaba para nada generoso en lo que a la calidad de las térmicas se refiere. Había bastantes ascendencias, pero tan débiles que la mayoría las abandonaba por aburrimiento. Por otra parte las descendencias tampoco escaseaban y al mínimo descuido perdía lo que me había costado minutos ganar.

Con esto en mente decidí relajarme y tratar de mantenerme el mayor tiempo en cualquier ascendencia, por raquítica que fuese. Así fue la que giré mientras la deriva me desplazaba sobre Navacepedilla de Corneja. Después de decenas de giros y tranquilamente un cuarto de hora la ascendencia parecía terminar, de nuevo a unos 2400 metros. Sólo el hecho de que durante casi toda la térmica me acompaño un parapente lo hizo un poco menos duro. Con dicha altura puse rumbo al Puerto de Villatoro.

En el camino atravesé no pocas descendencias que me hicieron localizar los posibles aterrizajes cerca de Casas del Puerto de Villatoro. Pero, como no, la mayoría venían acompañadas de alguna ascendencia con la que mantener la esperanza de cruzar el puerto. Sin embargo no lograba ganar con ellas ni siquiera los 2400 de los que venía. Ante la ausencia total de aterrizajes en el puerto di marcha atrás para volver hacia las campas Casas.

Pero en el camino de vuelta volví a trincar algo que parecía más fuerte y mejor que las anteriores, o al menos eso me quería creer yo. Y girándolo volví a adentrarme en el puerto, y volvió a abandonarme con poca altura, y volví a retornar a Casas. Y así, al menos tres o cuatro veces.

Pero el que la sigue la consigue y por fin con una térmica logré alcanzar algo más de 2400 en la ladera a la altura del puerto (punto en el cual además escuché a David «Potato» volando allí, en Piedrahita, hablar con Pepe que estaba volando en Pedro Bernardo). Desde ahí ya decidí no volver a volver a Casas y tiré hacia el Valle de Amblés, con Ávila de los Caballeros esperándome al otro lado.

A Ávila no llegué, me quedé a unos 12km., en El Quinto Pino, tres horas y cuarto después de haber despegado. Pero sólo ya lograr cruzar el puerto hizo que el vuelo fuese todo un éxito. Nada más cruzarlo llegué a Pradosegar desde donde decidí abandonar la sierra (de la Paramera) para seguir por la N-110. Sobrevolé Muñana, desde donde pude ver también San Juan del Olmo, pueblo del que guardo muy buenos recuerdos. Ya por allí un dolor bastante desagradable en el dedo gordo de mi pie izquierdo comenzaba a no dejarme disfrutar del vuelo.

El dolor en el dedo fue en aumento hasta comenzar a convertirse en algo muy desagradable. Entre La Torre y Muñogalindo decidí aterrizar. Ya estaba a unos cien metros del suelo con el arnés abierto cuando una térmica bastante fuerte me hizo abortar el aterrizaje. La comencé a girar sin mayor intención que la de no entrar en la campa con su influencia, pero era bastante fuerte y en poco tiempo estaba de nuevo con dos mil y pico metros. Pero el dolor seguía ahí, así es que decidí seguir planeando sobre la N-110 y aterrizar lo más cerca de Ávila posible.

Y así es como llegué hasta Aldealabad, una pequeña población al lado de Padiernos (justo al otro lado de la carretera) en la que aterricé en una campa inmensa sin ninguna dificultad. Como a 200 metros tenía un restaurante llamado El Quito Pino donde, tras un par de tragos a una fría jarra de cerveza, di por finalizado el vuelo.

Un gran vuelo… ¡grande Piedrahita!

(*) No puedo contar esto sin dar las gracias de nuevo a las dos personas que aquel domingo se hicieron cargo del coche y la furgo para que nosotros pudiésemos disfrutar de aquella experiencia sin perder nuestros trabajos al día siguiente. Sonia, Sara, gracias, gracias, gracias. Todavía os debemos esa cena. Vergüenza nos debería dar… y nos la da 😉